Fueron veinte dias de salir, de caminar, de tomarnos de la mano. Fueron eternos minutos de espera a la salida del salón, en la cafeteria, sonrisas para tomar el bus, besos furtivos detrás de los edificios, abrazos eternos y miradas que te seguian los pasos hasta perderse. Veinte dias de anhelar tu piel, de intentar no perder tu aroma hasta dormir, de soñar contigo y despertar sin ti; viente dias de ahnelar tu tibieza y tu dulzura. Sin embargo, la noche llegó.
Ninguno era inexperto, pero frente a ti sentía como si al tocarte fueras a desvanecerte, Tu piel, iluminada por la luna brilló argentina, tus ojos cuya mirada me llenaba de ternura a cada encuentro, tus manos suaves y firmes a la vez que me acariciaban, tus labios que a cada beso me sabian distinto, tu cuerpo de hombre y de niño a la vez, tu sexo magnífico y tu voz de barítono diciendome al oido las palabras guardadas, las frases inconclusas y los suspiros detenidos.
Tus caricias en la madrugada se mezclaban con el azulado amanecer, el aire tibio de tu boca arrulló mi sueño, tu cabeza recostada en mi pecho me dejaba ver tu rostro perfecto con esa sonrisa casi infantil que tanto amaba, tu respirar pausado, lento, azul, eterno, limpio... fue mi canción de cuna hasta que abri los ojos y comprobé que no habia sido un sueño y que tu estabas ahí.
Esa noche, a la luz de una simple vela fuimos uno.